diumenge, de febrer 25, 2007

Relatos cortos (II)

Hola! pues hoy queria continuar poniendo mis pequeños relatos, que espero que os gusten...
Este es el segundo que hize, ya casi ni me acuerdo. A mi me gusta mas el anterior, este... no se, yo supongo que no está ma, pero.... juzgar vosotros mismos;


Una maestra llamada Naturaleza

Yo sólo tenía tres años cuándo la empresa de papá quebró.
Él tenía un cargo importante, era el director. Y de pronto, de tener muchos lujos, nos vimos viviendo en la calle. Yo no me acuerdo, era muy pequeño, pero mi madre me lo explicó cuando ya era un poco más consciente.
En la ciudad era muy difícil vivir, había muchos policías. Por eso, un día, mis padres decidieron que nos montaríamos, como fuese, la vida en el bosque.
Sí… me acuerdo de aquel día. Llovía, unas nueves negras como el carbón amenazaban con una fuerte tormenta. Era como un castigo del cielo, y yo tenía miedo.
Nos acercamos a un pequeño pueblo, donde reposamos en un bar, pero eso sí, sin consumir nada porque no teníamos dinero.
Cuando la tormenta hubo escampado, salimos a fuera y bajamos por un precipicio. Las suelas de los zapatos, se llenaron pronto de barro.
Después de andar durante varios minutos, nos encontramos una gran explanada. Había cuatro arboles, unos hierbajos, y tierra húmeda.
El ambiente era frío, pero a medida que nos acercábamos a la explanada donde íbamos a establecer nuestro campamento, el clima se volvía más cálido.

Por fin estábamos allí.
No se puede decir que aquel fuera el sitio más adecuado para un niño que era tan pequeño, pero no nos quedaba más remedio. A esa edad ya era hora de que empezara la escuela, pero no podía, si las autoridades se enteraban en que condiciones vivíamos, me llevarían a un centro de acogida, del cual mis padres hablaban horrores.
Verdaderamente llegué a pensar que lo único que intentaban era convencerse ellos mismos de que la situación no era tan desastrosa.
En un momento mi padre fue a buscar leña, y mientas, mi madre y yo, observábamos la naturaleza. Papá volvió cargado de troncos macizos que utilizaría para construir un pequeño refugio. Él era el único que podría hacerlo bien, pues había cursado un taller de arquitectura, y sabía como colocar los pilares para que la cabaña no se nos viniera encima.
Al llegar la tarde, empezó a hacer frío, y no teníamos más que lo puesto. En eso ya no había problema; las pocas noches que pasamos en las calles de la ciudad, los vagabundos, que a mí personalmente me daban miedo, nos habían enseñado a hacer un buen fuego, de una forma que no se apagara hasta que tú quisieras. Ahora sólo faltaba la comida… las tripas nos rugían a todos, pero mi madre que era la madre mas precavida del mundo, había encontrado algunas piezas de fruta por allí, y había cogido “prestada” una barra de pan en la panadería. Poca cosa más comimos.

Por la mañana me levantaba tarde, para no gastar demasiadas energías. Pero mis padres estaban en pié mucho antes que yo, porque salían a cazar.
He llegado a comer un montón de mamíferos distintos que pueden habitar un bosque; desde algún jabalí (que éste era el manjar mas delicioso que podíamos conseguir), hasta alguna ardilla que andaba despistada cuando mamá le echó la mano.
También papá supo construir una caña para poder pescar, porque aunque el río estaba lejos, de vez en cuando, nos regalaba una trucha o algo por el estilo.
Sí, se puede decir que en nuestra vida escaseaba, desgraciadamente, la comida, pero no recuerdo años más felices, porque eso nos unió mucho.
Aquel era un bosque deshabitado, y rara era la vez que un pastor sacaba a pastar a su ganado por allí. Por eso nos creíamos libres de hacer lo que quisiéramos, y que nadie se daría cuenta de nuestra presencia. Pero nos equivocábamos.
Cuando todavía no hacia un año que vivíamos en el bosque, cerraron el club de tiro del pueblo, por eso los cazadores, ansiosos por encontrar una presa, acudían allí. Entonces, nosotros nos escondíamos e intentábamos no salir de nuestra cabaña nada más que lo imprescindible durante el día.
Yo, como cada mañana, seguía durmiendo, y mis padres habían salido a buscar fruta para el desayuno.
Ocurrió que uno de esos días, un cazador que se había levantado muy pronto, vio moverse algo entre los arbustos. Me despertó un gran estruendo. Un grito seguido de tres disparos. Automáticamente me levanté y salí corriendo de la cabaña. Y lo que vi… me ha traumatizado, es una pesadilla que me persigue cada noche…
El cazador madrugador se había quedado petrificado al ver a sus presas, y no sabía que hacer. Con una de sus manos sujetaba a mi padre, y con la otra a mi madre. Él estaba muerto, pero mi madre tuvo las fuerzas suficientes como para decirme unas palabras. Esto fue lo que me dijo:
- Pase lo que pase, hijo, no olvides quien te enseñó, y perdónanos por todo lo que te hemos hecho sufrir. A veces las personas somos egoístas, pero tenerte a mi lado era lo que me daba fuerzas.

Quien no haya vivido en la miseria no sabe lo importante que es tener el apoyo de alguien cerca. El dinero lo único que hace es dejar a las personas insensibles, los que lo tienen todo no aprecian la naturaleza y su manera especial de hacernos regalos, con maravillosas puestas de sol y preciosas flores en primavera.
He pasado estos seis últimos años en un centro de acogida, y aunque esto está mejor de lo que decía mi madre, porque aquí he hecho amigos y puedo comer cinco veces al día, los fines de semana salgo a ver, como dijo mi madre, a quien de verdad me enseñó sobre la vida, quien me ha visto crecer… mi querida maestra Naturaleza.

1 comentari:

Anònim ha dit...

hola,una historia emocionante,cuando la leí, al llegar al final se me llenaron los ojos de lágrimas, la piel de gallina, es una historia llena de sentimiento.
sabes!tus historias son aditivas, estoy deseando leer la tercera ya!!!

muchos besos
isabel